La dureza en forma de cornada se está cebando con los que empiezan. Es la cara B de la fiesta, a la que se la hace menos caso, pero que es la más real de las caras de la moneda taurina, ya que los triunfos se van con el tiempo y las cornadas se quedan marcadas en la piel, si tienes la posibilidad de verlas, que esa es otra. Si hace algunas semanas nos estremecimos con la cornada recibida por Antonio Espaliu en la Maestranza de Sevilla Y se nos ponía un nudo en la garganta al ver a Conchi Ríos colgada de un pitón en Riumes, la cornada del cuello más tres más recibidas por Sergio Flores ayer en Madrid, no fue para menos. La divina casualidad hizo que el pitón pasará rodeando la carótida, tráquea y venas del cuello del manito y que se encontrará con las manos del cirujano jefe de la plaza de toros de Las Ventas, Máximo García Padros.
Duro tabaco para el mexicano, al que le deseamos una pronta recuperación.
Al hilo de todo esto, me ha dado por pensar que le estamos exigiendo a los novilleros más que a las figuras y así el sistema se pudre. Vemos a novilleros enfrentarse a auténticas corridas de toros y dar la cara, como bien pueden, delante de tan dura prueba para ellos. Lo peor de todo es que no le cantamos el mérito que tiene. Luego vemos a las figuritas “G” pasearse por ferias de junio, con toritos a modo, con sospecha de pitones y porque se arriman un poco ya son dioses.
No disculpe, dioses del engaño. Pamplona fue un ejemplo. Los “G” que fueron, bajaron el toro, toreando toros impropios para Pamplona, pero peor fue, los que no fueron, porque ya se sabe que en Pamplona el pitón huele a cloroformo.
Si un novillero es capaz y se le ven cualidades démosle cancha, dejémosle que avance que progrese y que se haga matador de toros. Será ese el momento de juzgarlo y si se lo merece, mandarlo al altar de toreros, si es posible sin la marca “G”, que falsifica el olimpo.
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