Simón
Casas, después de finalizada la feria de Julio de Valencia, lloraba porque había
perdido dinero. Es más, el productor, se quedó tan pancho diciendo que sabía
que iba a perder dinero.
Los
lloros del francés sirven de poco. La acomodada profesión de empresario
taurino, que se aprovechó de los buenos tiempos, llenando la saca e invirtiendo
poco en futuro va a vivir ahora el lodo de aquel barro. Cuando todo iba sobre
ruedas, dinero, entradas caras, plazas llenas, se apostó poco por el futuro del
espectáculo. Lo que es, es, no sólo tienen culpa los ges, que la tienen,
también, y mucha, la tienen los empresarios que se hicieron ganaderos,
apoderados y no apostaron en la salud de la fiesta. En estos tiempos te
enterabas que había toros en un recuadrito pequeño al final de la hoja de un periódico.
Luego, cuando asomó mamá crisis, se subieron al carro de la publicidad en autobús,
que no deja de ser insuficiente. Todavía se esta esperando un anuncio en la
tele de una feria.
Como
la pelota de la money era cada vez más grande, las figuras empezaron a exigir
unos honorarios desorbitados, que a día de hoy parecen indecentes en los
tiempos que estamos, una tele de pago pagaba una autentica exageración por
retransmitir la grandes ferias, pero como primaba el beneficio, todos tan
felices. Mientras, chitón a los hijos de perra que se aprovechaban de los
chavales para torear en los pueblos, que existen todavía y que son el cáncer de
la fiesta. Los grandes empresarios engrandecieron la enfermedad por el método del
cambio de cromos, poniendo a sus toreros en muchas ferias de amigos, pero que a
la hora de la verdad, no cobraban un duro. Se dieron toros hasta en la sopa, y
los ges, torearon en portátiles, quitando así el lugar a los novilleros con
picadores y sin ellos, que son los que deben torear en esas plazas.
Ahora
con la teta seca, el torero figura no se quiere bajarse del carro de los
honorarios y quiere lo de antes. Como el que iba a los toros se ha muerto, o
esta en paro y no tiene dinero para ir y no se hizo afición cuando se debió de
hacer, las plazas están vacías. Como en los tiempos del confeti, se redujo el
toro hasta mínimos impresentables, y sigue, la gente se ha dado cuenta y ha
dejado de ir. Como se exprimió tanto la teta de la tele pública, no da toros
porque los considera un espectáculo francamente caro. Como no se tomaron
medidas para fortalecer las novilladas, ahora están en peligro de extinción.
Como hay que salvar los muebles, se suben las entradas y se apañan con la
dañina media plaza de aforo. Como se dieron toros hasta en Villamatao del
Pinillo, ahora nos encontramos con una sobredosis de profesionales del toro,
que tienen que comprender que todos no cogen en esta fiesta y con otra de
ganaderías del bobitoro del dueño del ladrillo que se deben degustar gastronómicamente
en cualquier restaurante. Ante la demanda, las ganaderías de siempre primaron
la cantidad a la selección y así muchas están inmersas en el toro que se pedía
en la época del barro y que en esta, ya no vale. Pero lo peor de todo, es que
nos quieren hacer ver que esta es la fiesta y el toro moderno que debe de imperar.
Si esto sigue así, yo me bajo del carro, esta no es la fiesta a la que yo me
aficioné ni la que me enseñaron cuando de renacuajo empecé a interesarme por
esto.
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